
Comenzó el conteo desde atrás. Ya sabemos todos lo que se viene luego; así que, antes de ese instante tomé la daga. Sí, era mi esposo, pero lo suyo era morir y yo feliz cumpliría la orden que me dictaba la conciencia.
Lo único extraño entre la challa multicolor, fue el espeso líquido rojo que corría calle abajo, pero entre tanta algarabía, nadie extrañó al hombre que solía golpear casi a diario a la mujer de la casa lila. Tampoco notaron nada raro en que ella, o sea yo, saliera con una maleta de su casa, minutos después de los abrazos; todos pensaron que era, para guardar la tradición de los viajes
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