
Escrito por Guillermo Meléndez
Martes, 23 de Diciembre de 2008
Monterrey - México
Estimado Xavier:
Te adjunto una pequeña muestra de la creación lírica de la escritora chilena Cecilia Palma, una de mis amigas do peito, como dicen los brasileños aquellos con quienes compartimos saudades entrañables.
Me habías pedido una nota introductoria para presentarla a quienes la desconocen pero creo que no hace falta: su palabra no están guardadas en cofres herméticos, viven en la casa del aire y no hace falta ninguna fórmula para entender que no existe un misterio abstracto que ofusque su canto, con solo leerla se puede descubrir que en su pecho esta latiendo un manantial diáfano que la hace escribir con fluidez y tacto. Creo que un intermediario entre los versos de Cecilia y tus lectores sería un estorbo.
En muchos de los casos cuando se trata de amigos uno aplaza la lectura de sus obras sabiendo que hay confianza y seguridad, que él no exigirá un informe inmediato al respecto. A mi me sucedió eso y con pena confieso que después de un rápido asomo a Asirme a tu hombro y a Piano Bar (dos de los libros de Cecilia) después de que me los dedicó emotivamente hasta ahora no los había abierto.
Gracias al compromiso de hablar sobre su obra a los lectores de la Revista Pentagruélica la he leído con detenimiento y de esa tarea nació el escrito que te adjunto. Lo forjé con cuidado y cariño como si la autora me hubiera invitado a presentar su Piano Bar allá en Santiago, junto al escritor Jaime Valdivieso y el actor Mario Lorca el primero de julio de 2007 en el número 7 de la calle Almirante Simpson en donde está ubicada la Sociedad de Escritores Chilenos desde hace mucho tiempo.
EL PIANO BAR DE CECILIA PALMA
Ediciones Subway
Marzo 2007
Santiago de Chile
Si el lugar no tuviera nombre y su propietaria me pidiera bautizarlo, por su atmósfera melancólica y los solitarios que ahí asisten, lo llamaría, sin pensarlo mucho: El Bar de los navíos a la deriva.
Esta noche su barra es ocupada por tres clientes: un tipo con un sombrero a la Humphrey Bogart; la Marilyn Monroe auténtica y una Marilyn engañadora. El Humphrey esconde bajo el ala de su sombrero los rigores de un viaje desafortunado. La Marylin a punto del suicidio tirita congelada por un viento que viene de Puerto Williams y rechaza un abrigo que le prestan porque quiere seguir exhibiendo ese par de garumas que asoman en su pecho desde un escote que llega hasta el ombligo. La Marilyn de a mentiras se quitó los tacones y da masaje a sus plantas cansadas de deambular por la calle Ramón Carnicer, donde ofrece sus favores a galanes que gustan de las damas de anchas espalda, manos de ordeñadora y clítoris bien dotados.
A las diez llega Cecy la dueña, destapa una cerveza, se sienta un momento con un ebrio de tiempo completo y le dice: - Querido Dylan después de que el pianista termine Tomo y Obligo subes al escenario y nos lees: This Bread I Break. Luego, cuando te bebas tus 3 botellas de Santa Catalina, te vas a tu hotel a dormir y mañana por la tarde acudes a la embajada británica a recoger tus pasajes para Gales porque las autoridades chilenas te han deportado por borracho y malviviente.
Es San lunes y hay poca concurrencia: aparte de los anteriormente citados, en el rincón más oscuro del antro está un holandés pelirrojo que el barman apoda la taza porque tiene una sola oreja, y en la mesa más cercana a la salida, como listas para irse sin pagar el consumo, hay dos mujeres con un arma guardada en su cadera: la de la escuadra se llama Perduta Durango y a la de la catana le dicen simplemente La novia.
Yo he venido desde Monterrey, México, a Santiago de Chile a entregar a Cecilia un mezcal oaxaqueño con gusano, un farolito callejero que me robé en Uruapan y una radiante amapola de la sierra de Guerrero. Todo esto para que ella ilumine la escena de un autorretrato que está dibujando donde no quiere que su tristeza al desnudo se confunda con una naturaleza sin vida.
Olvidaba decir que en el baño de ese piano bar, en el cual me sentí como pez en el agua, hay un grafiti escrito arriba del espejo del lavabo que dice: Yo descubro como nadie las horas muertas... y es cierto porque cuando me miré en él luego luego reflejo, sin clemencia, el estrago del tiempo que he perdido entre curdas y farras.
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